Los organizaciones hablan de más de 400 mil personas, «la más grande de la Historia». Postales y testimonios de la marcha que desbordó el centro porteño.
Por: Nicolás G. Recoaro@ngrecoaro
“Podrán sacarme la jubilación, pero no la memoria”. Al cartel tatuado a mano en prolija caligrafía lo agita Susana a pasitos de la colmada Plaza de Mayo. Desde Parque Patricios se arrimó al memorioso ágape dominguero la señora Susi, jubilada docente: “No podía faltar con estos negacionistas en el gobierno. Es una fecha muy fuerte, pero se resignifica en este presente. Sabés, te cuento algo, estaba triste las últimas semanas, dudaba si venir. Pero me dije, ‘es ahora más que nunca’, acá me siento abrazada, contenida. Somos miles que vamos a seguir luchando, como hicieron los compañeros que entregaron sus vidas. Por eso vine, aunque nos maten de hambre, vamos a seguir peleando por nuestros derechos. Ellos serán las fuerzas del cielo, andá a saber qué es eso. Bueno, nosotros somos las fuerzas del suelo. La historia está de nuestro lado, compañero”.
Es un río memorioso que fluye por el centro porteño. Por Avenida de Mayo, por Diagonal Norte y Sur, por las callecitas empedradas de San Telmo y más allá. Todos los caminos conducen a la Plaza colmada bajo un sol tremendo. Son cientos de miles de personas, decenas de columnas que marchan por el frígido centro. Cuarenta y ocho años del golpe genocida. Un solo grito: “Memoria, Verdad y Justicia”.
Thelma y sus compañeres bordaron una bandera bellísima que cubre la Avenida de Mayo a la altura de Piedras. El paño celeste y blanco es un patchwork que lleva bordados los nombres de detenidos-desaparecidos oriundos del conurbano sur postrero. “Con agujita e hilo también luchamos. Más que nunca están con nosotros y mantenemos sus ideales. Aunque Milei y la Vichacruel no quieran”, se despide Thelma y saluda con sus manos. Esas que tejen hilos de la memoria. Que no se corten.
Martín baila al ritmo del tamboril cerca de la Catedral. Llueva, truene o haga un calor digno del infierno milico, el abogado moronense viene todos los 24 a la Plaza: “Está complicada la mano, mirá lo apagada que está la Casa Rosada, nos gobiernan los fachos, la casta antipueblo. El mensaje de hoy es clarito, ‘son 30 mil, Milei’. Al final, la libertad no avanza, rebobina.”
Con los pueblos indígenas marcha Guillermo cerquita del Tortoni. Hace flamear una multicolor wiphala. La banda de sonido es de sikus y quenas. “Nunca Más decimos los originarios, pero en realidad el genocidio existe desde 1492. Antes fueron los españoles, los milicos, ahora son los libertarios, los Lewis, los que tienen presa a Milagro Sala, los que reprimen a los campesinos en el Norte, los que vienen por el litio, por nuestras tierras”, enumera el muchacho ataviado con un poncho y una vincha de los pueblos del sur. Antes de seguir marchando, dispara: “Es hora de juntarnos, son más de 500 años igual. Milei se cree un monarca, por lo de garca sobre todo, que se vaya. Por eso también marchamos hoy.”
Las cocineras que alimentan miles de bocas en las barriadas de nuestra patria también dicen presente, ahora y siempre. Doña Mabel detalla: “En los barrios no se aguanta más. Cada vez son más bocas para alimentar. Queremos salir del pozo, no que nos bajen miserias que marca el FMI o estos cerdos, por eso estamos este 24, por eso marchamos”. Mabel se pierde entre las columnas, pero antes mira la Casa de Gobierno vacía, tenebrosa, y dice: “Nunca Más a la dictadura. Nunca Más al hambre. La democracia también es que la gente pueda comer.”
Cuando cae la tarde, las columnas de laburantes, familias y militantes, se pierden en las calles de San Telmo. Decenas de miles de cuerpos que son uno solo contra las políticas hambreadoras de la cascabel anarcocapitalista. Memoria histórica, compañeres. Hay que seguir peleando. En una esquina, el mensaje pintado en un conteiner para el presidente es certero: “Tengo hambre, Conan”.